El discípulo le preguntó a Jesús:
-Maestro, ¿todo sucede por una razón, o todo es producto de la casualidad?
-Acompáñame -dijo el maestro con un gesto de desdén, y condujo al discípulo a una carretera por la que avanzaba un camión cargado con mil gatitos nacidos pocos días antes.
El camión iba a cruzar el río por un puente, pero el puente era de frágil estructura y se derrumbó. Todos los gatitos se precipitaron al abismo como una lluvia de confeti.
La gran mayoría se ahogaron en las aguas.
Algunos cientos se estrellaron contra rocas que asomaban sobre el cauce del río.
Algunas docenas cayeron sobre rocas recubiertas de blanda vegetación, pero murieron tras días de inanición como náufragos en su isla.
Solo uno entre todos cayó en una roca recubierta de blanda vegetación sobre la cual se apoyaba una rama caída, la cual comunicaba con la orilla del río.
Aquel gatito, el único entre miles, llegó sano y salvo a tierra firme y en su simple mente de gato, comprendió que ese cúmulo de circunstancias que le habían salvado la vida no era fruto de la casualidad. Supo así que el Todopoderoso Gato infinitamente misericordioso lo había dispuesto todo de aquella manera.
El gatito subió hasta la cima del valle, miró solemnemente hacia el cielo y exclamó "Miau Miau" en agradecimiento.
Cruzó la carretera y fue aplastado por un camión lleno de cerdos, acabando con su vida.
Moraleja: Los designios del Todopoderoso Gato son inescrutables
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